Historia de la impresión 3D

Hay un gran salto evolutivo entre las primeras piezas prehistóricas de artesanía moldeadas en barro, las piezas creadas con métodos tradicionales y los objetos impresos en 3D a partir de polímeros plásticos. 

Desde hace miles de siglos, los seres humanos han ido descubriendo y desarrollando distintas maneras de moldear y tratar todo tipo de materia para crear objetos simples o complejos. Aunque hoy en día la impresora 3D no es algo novedoso al 100%, la primera impresora 3D sí supuso una revolución en cuánto a nuestra forma de relacionarnos con el mundo físico y cómo, a partir de una simple máquina, podemos crear todo tipo de objetos, piezas o herramientas.

Desde la aparición de las primeras impresoras en 2D, se tenía claro el siguiente objetivo: poder imprimir objetos físicos a partir de diseños virtuales, es decir, llevarlo más allá de dibujarlos en un papel.

Aparición de las primeras impresoras 3D

Casi a finales del siglo XX, concretamente en los años 80, aparece por primera vez la impresión 3D como tal, ligada semánticamente a la impresión tradicional por su funcionamiento, pero muy alejada de ella en cuanto a los resultados finales.

En el año 1981, el japonés Hideo Kodama inventó dos métodos distintos de fabricación en plástico, con un polímero que se endurecía con la luz ultravioleta.

En 1983, Charles W. Hull, más conocido como Chuck Hull, crea la primera pieza impresa en 3D, mediante un proceso conocido como estereolitografía y revoluciona por completo el mercado de la impresión. Un año después, patenta la impresión mediante este método, aprobado convencionalmente, y en 1986 funda su propia empresa de impresión 3D.

Un año más tarde, en 1987, es el momento en que se da a conocer la primera impresora comercial 3D, conocida como SLA-1. Las siglas SLA hacen referencia a stereolithography, es decir, aparato de estereolitografía que imprime capa a capa a partir de datos digitales. 

Unos años más tarde, en 1992 ya se comercializaban distintos tipos de impresoras SLA. Estas presentaban algunos defectos e imperfecciones, pero eran capaces de fabricar objetos finales capa por capa.

En esos tiempos, las máquinas de impresión 3D ya eran capaces de fabricar en un periodo de tiempo relativamente corto piezas bastante complejas en cuanto a fabricación y estructura.

En 1999 la impresión 3D se comenzó a utilizar en el ámbito de la medicina, especialmente para el recubrimiento sintético a partir de las células del paciente en cuestión y, a través de eso, aportar una solución efectiva a determinados órganos y tejidos.

Este hecho supuso un antes y un después en la historia de la impresión 3D.

Para el 2002, imprimir un órgano en 3D se convirtió en un hecho posible y asombroso. Más concretamente, se imprimió un riñón en miniatura pero plenamente funcional. Gracias a esto, se llevó a cabo el desarrollo y la investigación aún más allá, y así surgió la medicina regenerativa. 

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